La palabra «Pachinko» en coreano indica un juego particular de las máquinas tragaperras muy extendido en Oriente y que se basa exclusivamente en que la suerte conduzca la partida hacia la dirección correcta. Sobre esta base temática toma forma esta serie, basada en el libro homónimo de Min Jin Lee.
Un relato sinfónico, épico y de gran alcance, rodado en tres idiomas -japonés, coreano e inglés- que se centra en una narración que desgrana más de setenta años de historia (desde principios del siglo XX, con la ocupación japonesa de Corea, hasta 1989) y narra la evolución de una familia (y, en el fondo, de una sociedad) con la matriarca Sunja como eje central. Es tan sólo una niña cuando, tras la muerte prematura de su padre, con el que tenía una profunda relación y una gran afinidad, Sunja abandona Corea del Sur a principios del siglo XX, en plena ocupación japonesa, para seguir a su gran amor y trasladarse a Japón, donde los inmigrantes coreanos (los zainichi), como ella, sufren unas fuertes discriminaciones y abusos. La mujer, junto con su marido, sus hijos y sus cuñados, sufre enormes dificultades, soportando una vida de grandes sacrificios y poniendo a prueba su tenaz temperamento. La última generación -la cuarta- relatada en la serie es la del sobrino de Sunja, Solomon, que a finales de los años 80 encontró importantes oportunidades de trabajo en Estados Unidos. La mujer es el hilo conductor de la historia, una historia que se mueve con gracia y claridad entre diferentes planos temporales y que mantiene naturalmente unidos los elementos narrativos históricos/culturales con la capacidad de contar delicada y poéticamente una historia íntima pero a la vez universal.
Pachinko es una serie verdaderamente magistral, en muchos sentidos. Lo es por el mérito de la narración, ya que consigue retratar con precisión y poesía la vida de una familia desde la perspectiva de las cuatro generaciones que la componen. Protagonistas que son movidos por deseos, necesidades, esperanzas y oportunidades vitales muy diferentes, que deben algo a las generaciones que les precedieron, a las elecciones y sacrificios que hicieron con el fin de ofrecer una perspectiva mejor a los que vendrían después. Lo es desde el punto de vista de la profundidad temática, es decir, de los valores y la mirada que la serie elige adoptar, centrándose en la vida de una mujer -Sunja- a la que conocemos de niña, muy cerca de su padre, del que toma prestada su fe en la humanidad y su deseo de preservar la belleza, para luego seguirla en su vida adulta, en los vericuetos de su relación amorosa que luego se convierte en familia, hasta su vejez, y su especial relación con uno de sus nietos, que emigra a Estados Unidos para trabajar en un banco de inversión.
Hay una yuxtaposición constante -extraordinariamente eficaz y al mismo tiempo narrativamente resuelta- que mantiene unidas a la Sunja de los comienzos, una niña que pesca con su padre, y la Sunja abuela que cocina en la villa familiar para el regreso de su nieto. En esta elección narrativa, como en muchas otras que hace la serie, vemos resumido todo el espectro del cambio, el arco evolutivo y vital que atraviesa la mujer, la intensidad existencial que ha experimentado y logrado para llegar a donde está ahora. Y por último, Pachinko es también una serie magistral desde el punto de vista estético. El enorme esfuerzo de producción se traduce en una puesta en escena impecable, en una dirección meticulosa, capaz de aunar agudeza y lirismo, de plasmar no sólo una estética iridiscente sino también el sentimiento profundo de una tierra y un pueblo. Un Oriente alejado de nuestra cultura y sensibilidad estética pero que, sin embargo, se hace cercano en la plasmación emotiva y sutilmente empática de muchas escenas. Uno se ve inmerso en un tiempo y un lugar distintos a los de uno mismo, pero enseguida siente que está tratando una historia que nos afecta a todos, de manera profunda. Al fin y al cabo, la gran historia de Sunja abarca el espectro de las vidas de nuestras familias, de las generaciones de padres, abuelos y bisabuelos que nos han precedido y cuyas elecciones han dirigido para siempre y de forma decisiva el curso de nuestras vidas. En este sentido, Pachinko es también una serie sobre el valor de la memoria, sobre la importancia de saber de dónde vienes para valorar a dónde tienes la posibilidad de llegar. Se ha anunciado una segunda temporada; tenemos algo por lo que vale la pena esperar.
Gaia Montanaro
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