La vida de Don Draper (Jon Hamm), un gran publicista neoyorquino de los años 60, es un castillo de naipes. Cuando la puesta en escena empieza a desmoronarse, Don Draper entra en un huracán existencial, arrastrado por la fuerza gravitatoria de un pasado doloroso que regresa para hacer sentir su peso.
Las negociaciones políticas del gabinete del presidente del país, los desafíos en un servicio de urgencias de la ciudad, la elaboración de las noticias en una redacción televisiva… Las series de televisión estadounidenses han tenido siempre su hueco en las historias de profesiones complejas, el terreno en el que ha experimentado y evolucionado su narrativa. Al principio, solían ser sólo médicos, abogados o policías. Luego, a partir de los años 90, el panorama se ha diversificado y enriquecido con sofisticadas historias que profundizan en el trabajo entre bastidores, tan fascinante como poco conocido. En este contexto nuevo, Mad Men se sitúa a la cabeza. Ciertamente, como es típico del género, pone la narrativa al servicio de una representación articulada de las jerarquías, de los diferentes personajes y competencias profesionales, de las rutinas y de los procedimientos (anunciantes, cuentas, redactores, etc.); también pone el foco en presentar la cultura de un entorno laboral tan influyente en las costumbres de las personas y, hace el seguimiento durante una década -la década eufórica de las agencias de la legendaria Madison Avenue- de la complicada relación entre los creativos y la sociedad americana: Hombres que olfatean las tendencias, pero que muchas veces las crean con astutos mensajes persuasivos.
El tema de la serie radica en la fricción entre el modelo de vida impuesto desde el exterior, aquél en el que la época y la cultura dominante presionan para enmarcarlo, y el impulso libertario que surge del interior de la persona, el instinto de ser lo que quiero, un yo sin restricciones. El protagonista se encuentra en la incómoda posición de quien, con la publicidad, inventa los mismos patrones de existencia que se cierran a su alrededor como una jaula.
Una serie culta, de nicho, con ritmos lentos y una puesta en escena muy cuidada.
Don Draper tiene una bonita familia -o al menos eso parece- y éxito en el trabajo, pero poco a poco todo empieza a desmoronarse. Los acontecimientos de la primera temporada cuentan la historia de su hundimiento: ante las angustias de su esposa por verse obligada a desempeñar el papel de ama de casa (la perfecta mujer de anuncio), Don Draper le consigue un psicoanalista: un médico al que paga en realidad para que le revele los pensamientos secretos de su mujer, cuyo malestar malestar crece día a día. Incapaz de vivir con la situación, Don se ve cada vez más privado de relaciones auténticas, lo que le hace sufrir. A medida que su turbulento pasado -sus orígenes, sus errores, quién es realmente- vuelve a atormentarle, Don se refugia en una nueva y superficial relación amorosa, mientras su mujer, descontenta con su vida, se ve sumida en la infelicidad. El ejecutivo de publicidad, que ahora tiene éxito en el trabajo, está cayendo en picado en su vida privada.
«Al final, esta serie trata de una cosa: de las expectativas. Sobre el choque entre lo que quiero y lo que la gente quiere de mí. Hay una parte «social» de nosotros: responsable, aceptable. Y hay una parte privada y egoísta: ahí es donde realmente quieres estar» -Así lo explica Matthew Weiner, creador de Mad Men.
Don personifica este pensamiento. Quiere ser un marido y padre feliz en una familia feliz, pero quiere al mismo tiempo a la amante, que le entiende más que su mujer, o eso piensa él. O, cogiendo el ejemplo de la mujer: es una ama de casa impecable, pero siente que no tiene el control de su vida, y sus nervios empiezan a fallar.
Si se quiere -otro ejemplo de la serie- ser una buena secretaria o asistente en la agencia, se tiene que cumplir un código de vestimenta tácito pero estricto. Y de comportamiento, que requiere que se sea «solidario» y estar disponible para los hombres: puede que no se quiera en un principio, pero uno se adapta. Extendiendo el discurso al pasado del protagonista: Estados Unidos quiere que vaya a la guerra de Corea, él no. Y huye. Es el llevar continuamente una máscara para soportar las expectativas de la sociedad.
La serie, con un tono a veces irónico, a veces inquieto, y con muchos enredos amorosos, relata el lado antitético del sueño americano, su amarga resaca, heredando -a veces conscientemente, otras no tanto- un discurso narrativo ya desarrollado en la literatura y en el teatro del desencanto (desde Salinger a Carver y Cheever, pasando por Miller y Mamet). No es casualidad que la inspiración de Mad Men -como admite Weiner- deba mucho a Muerte de un viajante, la famosa obra de Arthur Miller. Don Draper -esencialmente un vendedor, o más bien, publicista, el vendedor por excelencia- es una propuesta contemporánea del padre suicida inventado por Miller.
Tommaso Cardinale
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