La segunda temporada se abre con el luto por la muerte del padre de Zoey, que deja a toda la familia descolocada y conmocionada. La inoportuna y creciente presencia del hijo recién nacido de David (su hermano) es otro factor de estrés importante, así como el ascenso de Zoey y su eterna indecisión entre Simon y Max.
Zoey no es capaz de aceptar la ausencia de su padre y este malestar hace que se vuelva neurótica y profundamente insegura. Esto repercute en el mundo de las relaciones, donde es incapaz de tomar decisiones claras.
Mientras tanto, Mo y Max deciden emprender un nuevo negocio, con todas las dificultades que ello conlleva, y Simon lucha contra la discriminación racial dentro de la empresa.
Los temas de esta segunda temporada son variados, centrándose de nuevo en la aceptación de uno mismo y de los propios límites, la diversidad de género y racial, la ética laboral y la dificultad de las relaciones. Volver a empezar y seguir adelante siempre y en todo caso, a pesar de las caídas, es la moraleja que recorre toda la temporada, instando a no rendirse y a luchar por lo que realmente se quiere, tratando de entenderse uno mismo y a los que le rodean.
La característica de la serie por la que Zoey siente, a través de la música, los sentimientos y emociones de los que la rodean, corre el riesgo de volverse en esta segunda temporada un poco repetitiva y no ser realmente útil para el ritmo de la narración. Ciertamente, conociendo los deseos más profundos de las personas, la protagonista seguirá intentando de vez en cuando sacarlos a la luz, pero sin preocuparse excesivamente, ocupada como está en resolver sus conflictos internos.
Zoey, que ya parecía un personaje bastante ansioso e inseguro, ahora se vuelve casi obsesivo. La pérdida de su padre es algo que ha puesto definitivamente en la balanza su equilibrio emocional y psíquico, y en cierto modo la autoriza a realizar acciones más bien instintivas (y que saben un poco a voluntad del autor). Después de intentar de forma bastante mecánica y desapegada tener una relación normal con Max, recurre a las drogas con un joven vecino y luego se lanza a los brazos de Simon. Luego vuelve al punto de partida, con una visita esclarecedora al psicoterapeuta y después de haberse enfrentarse al supuesto espíritu de su padre disperso por el universo, que le empuja a superar sus miedos y seguir adelante.
También la madre, que tiene una línea casi propia, tiene que hacer el duelo para luego renacer a una nueva vida, mientras que su cuñada Emily tiene que lidiar con la depresión posparto.
De esta manera, la temporada se caracteriza por los problemas psicológicos de los distintos personajes, que sin embargo corren el riesgo de ahogar a éstos en la neurosis, haciéndolos poco interesantes y repetitivos. Más bien previsible es la línea de discriminación racial en la empresa, o la del simpático y versátil Mo. El chico, tras salir del armario en la primera temporada, se encuentra de repente en una complicada relación amorosa, debido a la vergüenza de su pareja al presentarle a los hijos de una relación anterior. Al final, todo se reduce a una comedia bastante melosa, que da el pistoletazo de salida a una tercera temporada sin prometer demasiado. El tema de la fe, que antes se insinuaba con un mínimo de profundidad, se diluye ahora con discursos motivacionales, sermones sobre la aceptación de la diversidad y una alusión a un “universo” no muy bien identificado.
Ilaria Giudici
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