Los acontecimientos se desarrollan de nuevo en el bello barrio que da título a la serie: más tramas bajo la elegante fachada de la Inglaterra victoriana. Amores, haciendas, casas de buen nombre, amenazadas por rumores que no suelen ser falsos. Han pasado veinticinco años desde los acontecimientos del «primer capítulo». Conocemos a lord Frederick Trenchard, un desenfrenado pero atribulado hombre de negocios que carga con el trauma de una infancia amarga y cruel, vinculada a los sucesos ya relatados en Belgravia. Tal vez la bella Clara, la joven viuda casada por amor, sea capaz de curar a Frederick de tan profundas heridas. Pero mil escollos (artistas comuneros, empresarias taimadas, debilidades femeninas y ayudantes infieles) amenazan su felicidad.
No hay casi nada de la temporada de estreno, salvo la impecable y rica puesta en escena. Y la música, muy parecida a la de Downton Abbey. Por lo demás, nuevos personajes, nuevos actores (menos valorados, pero de todas formas suelen aportar su granito de arena), otras historias. El nivel, sin embargo, disminuye. Falta, sobre todo, la escritura de Julian Fellowes. El contenido y la atmósfera son más oscuros, los personajes menos atrayentes.
Ya no hay la agudeza de los diálogos de Fellowes, ni siquiera sus profundas y simpáticas intuiciones sobre quién sabía ser bueno en la rígida sociedad de aquella Inglaterra. La nueva showrunner, Hedmunson, en consonancia con el gusto imperante entre los guionistas de series, explora lo negativo, la fragilidad y las contradicciones de los personajes (el reverendo de rostro angelical que frecuenta saunas para homosexuales; el casero que quiere deshacerse de su hijo epiléptico, inaceptable en el ambiente de Belgravia, etc.). Así, los cinco primeros episodios tienen un tono oscuro, a uno le cuesta encontrar a alguien con quien encariñarse. También porque -como todo el mundo señala con razón en los foros de fans- el atormentado personaje de Frederick es un monolito de estaticidad psicológica y fijeza expresiva.
El punto más débil son los giros narrativos mal preparados, “puestos” a toda prisa. Uno tiene la sensación de que es el guionista quien los quiere, en lugar de ser el fermento de la historia el que los provoca: los dos jóvenes se conocen y enseguida se enamoran y se casan; el médico de métodos poco convencionales le hace un cumplido y ella enseguida muestra interés, confiándole sus problemas matrimoniales… Cuando esto ocurre, suele ser porque los personajes están concebidos de forma superficial. Y éste es un caso claro.
Aquellos a los que les guste el drama de época conseguirán, tal vez, quedar atrapados en el juego de secretos y mentiras. Y apreciar el desenlace final de todas las tramas, a la manera de la primera temporada, pero con algunos agujeros más en el guión.
Paolo Braga
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