En la Inglaterra pre-victoriana, Sophia Trenchard, hija de un exitoso hombre de negocios que levantó su negocio de la nada, muere al dar a luz al hijo de una relación no oficial con Edmund Bellasis, único heredero de los condes de Brockenhurst. El joven la había seducido con engaños, para luego abandonarla y morir poco después en el campo de batalla de Waterloo. Sólo los Trenchard sabían del embarazo, que mantuvieron oculto al mundo para no perjudicar el nombre de su hija. El bebé fue entonces adoptado por el reverendo Pope y su esposa. Crecerá creyendo que son sus padres, pero veintiséis años después, habiéndose convertido en un prometedor empresario, Charles Pope, a su pesar y sin saber nada, se da de bruces con la causa de la agitación familiar que sacude a los burgueses Trenchard y a los aristocráticos Bellasis. Su abuela materna, Lady Trenchard, ha decidido revelar a su abuela paterna, Lady Bellasis, la existencia de su nieto. Pero la promesa de guardar el secreto de la Condesa viene interpretata de manera imprudente, invirtiendo dinero en las actividades de Charles que nada sabe… Herencias disputadas (ya hay un pretendiente a la fortuna de los Bellasis, el malvado sobrino John), celos (los Trenchard tienen un hijo al que las atenciones de su padre hacia Charles le hacen mucho daño), amores frustrados (Charles pone también de su parte, enamorándose de la prometida del malvado John, que se cuela entre las sábanas de la futura nuera de los Bellasis)… En fin, un enredo en el barrio londinense de clase alta de Belgravia. Y al final muchas cosas resultan ser diferentes de lo que parecían al principio.
En esta adaptación de una de sus propias novelas, Julian Fellowes expresa su típico talento para desarrollar complejas intrigas con muchos personajes. Moviéndose en su entorno natural, la sociedad de clases inglesa dominada por la aristocracia, Fellowes teje una red al estilo de Jane Austen, trabajando el tema de la codicia y el orgullo en contraposición al sentido de la justicia. Mucho en común con su gran éxito Downton Abbey, incluyendo una atención particular hacia el bien y el perdón. Aunque el nivel no es el mismo.
Hay una indudable habilidad en la construcción de una máquina narrativa en la que los temas que importan a cada uno de los numerosos personajes encajan perfectamente para complicarse entre sí. Sin embargo, en los primeros episodios, se exige al espectador un cierto esfuerzo para seguir la historia en movimiento. Gran parte, si no todo, se confía a los diálogos que explican los porqués de la densa red de parentescos, relaciones e intereses. Los personajes en escena, como en las telenovelas -y la serie, por refinada que sea, no es ajena a este género-, a menudo hablan de los que no están presentes. Así, hasta que el espectador no tiene una idea clara del reparto y del juego que todos están jugando, se ve obligado a concentrarse en exceso, lo que lastra la experiencia del visionado. En cambio, en el epílogo, aunque la crítica lo ha juzgado como demasiado apresurado, es admirable la forma en que los nudos llegan a su punto culminante en una secuencia sorprendente; se tira de los hilos y las historias encajan unas con otras a la perfección. El autor recurre a antecedentes que había mantenido reservados, para jugar hábilmente con ellos, al final de cada trama.
La actuación de alta escuela (con la excepción de la interpretación realmente monótona de Tamsin Greig como Lady Trenchard) y la calidad de la puesta en escena compensan la debilidad básica de la historia. Debilidades que, sin embargo, el espectador percibe en cierta medida inconscientemente. De hecho, el elemento que mantiene unido toda la historia es el esfuerzo de los Trenchard por ocultar la identidad de su sobrino para que la imagen de su hija, y de la familia, no se vea empañada. Es cierto, pero si se tiene en cuenta que la chica lleva un cuarto de siglo muerta, la pareja tiene otro hijo, son ricos…podría concluirse que los nobles tienen las espaldas lo suficientemente anchas como para tolerar las calumnias, y que el negocio familiar no se vería tan afectado como se presupone. En este sentido, como si estuviera preocupado por esta debilidad básica, Fellowes pone repetidamente sus temores en boca de los Trenchard para convencer al público.
En Downton Abbey hay una pasión por la época histórica y un profundo conocimiento de sus costumbres (la relación entre los señores y los sirvientes, la invención del té de las cinco, las barreras de clase y el punto débil del sistema, cuando se deshace el nudo entre el dinero y el linaje).A Belgravia, le falta la fuerza metafórica. Si la finca de aquella serie representaba la tradición, cediendo lentamente al progreso, aquí Belgravia, mencionada poco o nada, no expresa ningún valor particular. Mientras el Imperio prospera, los nobles siguen siendo fuertes y la burguesía, que comienza su ascenso, los respeta. El guión no logra imponer el barrio como símbolo de un tema más general y cercano a nosotros.
Paolo Braga
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