RECOMENDADA POR ORIENTASERIE
Finales de los años 90. El presidente demócrata Josiah Bartlet (Martin Sheen) lleva un año y medio en la Casa Blanca. Su administración está aún en fase de rodaje. Las encuestas para las elecciones de mitad de período no pintan bien. El personal, que opera en el «Ala Oeste» de la Casablanca, tiene un alto perfil moral, buenas intenciones, pero no es suficiente. Se puede ser más eficaz, se pueden cometer menos errores, se debe dar aún más a la causa.
Este es el punto de partida de la serie, serie de referencia indiscutible en temas de política. Un género que ha inaugurado The West Wing – All the President’s Men, consiguiendo llevar un tema complejo al prime time en una cadena generalista, para una audiencia más sofisticada que la media. Poco conocido en Italia, el título se ha impuesto en Estados Unidos y es un hito en la historia de las series Su autor, Aaron Sorkin, es considerado uno de los guionistas contemporáneos más importantes (en televisión, entre sus títulos destaca The Newsroom, en cine, el drama jurídico Código de honor, el Óscar ganado con La red social y la película biográfica sobre Steve Jobs).
Sorkin cuenta que la inspiración fue doble. Por un lado, el deseo de retratar, junto con las labores de los funcionarios presidenciales, su humanidad más ordinaria. «Me llamó la atención que estos súper profesionales con gran poder se encuentren luego en medio de situaciones muy prosaicas, como por ejemplo descubrir, durante un viaje diplomático, que han olvidado la pasta de dientes». De ahí la intención de dotar a los protagonistas del alma de gente corriente, que ha aceptado la responsabilidad de la política al más alto nivel, pero que ha conservado una mentalidad concreta y solidaria, de ciudadano sencillo.
La segunda inspiración, la constatación de que hasta ahora los políticos habían sido representados principalmente de dos maneras: maquiavélicos o estúpidos. En cambio, Sorkin presenta héroes: hombres y mujeres buenos, no perfectos, conscientes de sus limitaciones, pero no frenados por ellas.
De ahí la elección de centrar la serie en un tema preciso: la fuerza del ideal. The West Wing pone el foco de atención en el nudo de toda narración política: la elección entre transigir, conformarse, o arrojar el corazón por encima del obstáculo para que triunfen los valores.
El reparto de personajes es imaginado como la corte de un buen rey que con sus caballeros lucha para que la justicia en el reino permanezca y aumente. El presidente Josiah Bartlet, autoritario, genuino y a la vez astuto; el experimentado jefe de gabinete Leo McGarry, con su adjunto, el asediado Josh Lyman; y el quisquilloso y susceptible director de comunicaciones Toby Ziegler, con su adjunto Sam Seaborg, idealista y sensible. Con ellos, los rostros femeninos de la administración: la decidida primera dama Abigail Bartlet, la celosa portavoz C.J. Cregg, la pragmática asesora Mandy Hampton. Por último, los que son expresiones más directas del pueblo llano: el becario de corazón puro Charlie Young, la servicial asistente Donatella Moss y la anciana señora Landingham, secretaria personal del Presidente. Así comenta Sorkin el reparto de personajes: «Hay una gran tradición narrativa de miles de años, que cuenta historias sobre reyes y sus palacios, y eso es lo que quiero hacer aquí». De nuevo: «Me gusta escribir sobre héroes que no llevan capa y espada”.
Como y más que en las otras series dedicadas a un entorno profesional (hospitales, distritos policiales, bufetes de abogados…), The West Wing consigue poner en primer plano el lado personal de las disputas técnicas que comprometen al equipo (crisis internacionales, nombramiento de magistrados del Tribunal Supremo, leyes presupuestarias…). Una broma al final es suficiente para quitarle hierro a un episodio duro. Un ayudante le recuerda al Presidente que antes no se hablaba tanto de los opositores… Las argucias con las que se habían devanado los sesos para bloquear una enmienda hostil se convierten en la premisa de un desconcertante elogio de la política basada en valores.
Los nuestros suelen salir airosos (aunque no así en uno de los mejores episodios, el dedicado a la pena de muerte, el decimocuarto de la primera temporada). El tono es alentador, capaz, motivador. Hay un gusto por dejar que los buenos sentimientos prevalezcan con desparpajo (el apasionante comienzo de la segunda temporada, con el equipo reuniéndose tras un intento de asesinato, recuerda los inicios de la campaña, es decir, de su amistad). No se cae en el sentimentalismo gracias al humor del guionista, que dota a los personajes, excepcionalmente competentes, de sarcasmo hacia los antagonistas y de un eufemismo autocrítico. Los diálogos ágiles, punzantes y exagerados de Sorkin se hicieron famosos con The West Wing. Son característicos los paseos de los funcionarios que, ante la cámara, hablan avanzando por los pasillos de la Casa Blanca. Cuando el autor, después de cuatro temporadas, abandone la producción, ésta ya no será la misma.
La retórica pro-estadounidense y la celebración del mesianismo de EE.UU., pueden hacer que los que no estén a favor de las superpotencias se vuelvan locos. Los que no tengan simpatías progresistas encontrarán mucho que criticar, ya que la serie adopta una postura liberal en todos los temas imaginables (interrupción del embarazo, inmigración, etc.). Pero la calidad es alta.
Los años han pasado. The West Wing todavía se puede ver de buena gana. Ritmo, inversión de producción nada despreciable (el decorado reconstruyendo el interior de la Casa Blanca), grandes actores (Sheen sobre todo). Uno tiene la sensación de que aquí Hollywood ha querido dar lo mejor de sí para contar la historia de su País y de su institución emblemática.
Paolo Braga
Puntos de discusión