Walter White (Bryan Cranston), es un profesor de química de un instituto quien, al enterarse de que padece cáncer, comienza a producir en secreto drogas sintéticas para ganar más dinero y asegurar el apoyo económico a su familia cuando él ya no esté. Ayudado por Jesse Pinkman (Aaron Paul), un ex estudiante drogadicto, sale de su cómoda vida provinciana y se aleja rápidamente de ella, en una deriva vertiginosa y cada vez más radical. Intentando mantener como puede la fachada de una vida anterior que ya no existe – la de hombre decente, enamorado de su mujer, embarazada, buen padre de un hijo adolescente que le quiere mucho-, Walter se adentrará en el mundo de las bandas callejeras. Tratará con los carteles mexicanos y se acabará convirtiendo él mismo en un traficante y en un asesino.
Citando a su creador, Vince Gilligan, ésta sería, en una frase, la idea original de la serie: “Mr. Chips meets Scarface”. Es decir, una mezcla del personaje del buen mentor, de un sabio educador (Goodbye, Mr. Chips es la novela de James Hilton, clásico de la literatura educativa anglosajona) en la historia más extrema de ilegalidad (Scarface, la película de gángsters protagonizada por Al Pacino). El objetivo declarado por el autor a lo largo de las cinco temporadas de la serie es narrar la decadencia moral. La pregunta que se hace constantemente el público es: ¿Hasta dónde puede llegar el declive moral de una persona, que antes no era así?
Breaking Bad (interpretado como «perder el norte” o “volverse malo») profundiza en el tema de la responsabilidad moral. Para ser más precisos, el tema de las consecuencias de la conducta inmoral. Cada paso del protagonista hacia el mal, de hecho, tiene repercusiones que hacen que la vuelta atrás sea cada vez menos factible. Como si quisiera castigarlo, el destino lo persigue por caminos sinuosos, haciéndole pagar por males que no había previsto causar ni remotamente, siendo arrastrado por pendiente abajo por el «todo está perdido». Un declive hasta el mismo abismo.
De forma además descarada y temeraria, como otros famosos antihéroes televisivos (Don Draper en Mad Men o Tony Soprano en Los Soprano), el profesor White lleva una doble vida. Se trata de una buena base para la intriga porque alimenta las estrategias de ocultación, disimulo y elusión. Por supuesto, también de tensión, por el riesgo de que lo turbio salga a la superficie. Además, es una buena base para un conflicto psicológico interno muy interesante: Walter experimenta la vida cotidiana de la gente normal sin sentirse del todo integrado, pero no puede decirlo. Lo que para otros es normalidad, rutina, serenidad, para él supone una dolorosa alienación, culpa secreta, una separación de la civilización que dejó atrás. Los diálogos, ofrecen en este sentido un subtexto fértil, la profundidad de lo implícito que un guionista busca siempre para hacer interesantes sus escenas. Cuando el cuñado policía de White entabla una conversación con él sobre la justicia sin saber que el familiar que tiene delante es un narcotraficante, el espectador ve cómo implícitamente esas palabras influyen sobremanera en el protagonista.
Cada vez más en clave lúdica, multiplicando las vicisitudes del protagonista, envuelto en un juego de policías y ladrones mientras juega con fuego, es decir, con los narcotraficantes. Sin embargo, al ofrecer el punto de vista de una persona que inicialmente tenía una vida normal, los autores utilizan este hecho para llevar al público al lado oscuro: le provocan por así decir, a través de Walt, la emoción de salirse con la suya. Más que eso: el espectador experimenta lo grandioso de anular las frustraciones que tiene la vida cotidiana, las injusticias más o menos menores que la vida acarrea, saliendo de las reglas para defenderse y volverse por el contrario poderoso, finalmente temido. En una famosa frase, dirigida a su mujer, que teme por él, Walt aclara: «No sabes con quién estás hablando. Te digo que no estoy siendo amenazado. Yo soy la amenaza».
La serie gana a la causa del protagonista con un retrato inicial que pone en primer plano los golpes que Walter ha recibido de la vida: premios científicos que no han tenido el resultado esperado, las humillaciones de los alumnos, una esposa que le cuida poco, dificultades económicas y un segundo trabajo lavando coches, la enfermedad… Por otro lado, se ve que Walt tiene conciencia. Es una persona que cuando hace algo mal, sabe que lo está haciendo. Y sufre por ello. De hecho, tiene que vencerse para hacerlo.
Por eso, sobre todo en las primeras temporadas, el gusto por la transgresión va acompañado en el espectador de la esperanza de que aún es posible volver atrás, aún es posible la redención. Este es un aspecto nada desdeñable para el éxito que la serie ha tenido con la crítica y con el público, aunque sea un público de nicho, con numeros no muy altos, tipicoa de las redes de cable norteamericanas.
Paolo Braga
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