El Morning Show ha sido tradicionalmente uno de los programas más populares de la televisión estadounidense. Lleva quince años siendo conducido por Alex Levy (Jennifer Aniston) y Mitch Kessler (Steve Carell), cuando la redacción del programa se ve afectada por un tornado real. Mitch tiene que dimitir tras un escándalo sexual en el que se ve envuelto en plena era del #metoo y Alex se queda al frente del programa, primero en solitario y después junto Bradley Jackson (Reese Witherspoon), una reportera de campo de espíritu libre con altos ideales, que tendrá que enfrentarse a un mundo mucho más complejo y articulado del que está acostumbrada.
Por otro lado, entre Mitch y las víctimas hay una serie de mujeres que se han aprovechado de los favores del presentador o que lo han rechazado. Es un mundo en el que los límites entre el bien y el mal son siempre difusos, donde para salir adelante, hacerse valer y obtener una posición, hay que contar con la lógica del sistema de referencia. En la primera temporada, la historia de Kessler y el tema del acoso llega a su fin, y en la segunda temporada de la serie -nueve meses después y en los albores de la pandemia- encontramos el equilibrio entre los protagonistas muy cambiado, pero Mitch, Alex y Bradley siguen lidiando con las consecuencias prácticas y emocionales que ha desencadenado el escabroso asunto del conductor. Así, nuevos conflictos se ciernen en el horizonte, siendo las secuelas de una tormenta pasada que no da señales de dejar de cosechar víctimas y consecuencias.
La sofisticación y la complejidad narrativa son sin duda dos de los puntos fuertes de esta serie, que tiene el mérito de tratar el tema del acoso sexual en el trabajo de forma articulada y no simplista, poniendo de relieve los contornos a veces borrosos que pueden surgir.
El mundo de los programas de televisión matutinos -que se encuentra a caballo entre el mundo del espectáculo y el de la diversión- está plagado de brutalidad, poniendo de manifiesto la hipocresía, el arribismo y los celos, pero también la fragilidad de unos personajes que esconden sus verdaderas necesidades y exigencias tras sus máscaras públicas. Es un mundo de derrotados, de aquellos que muestran sus incertidumbres ante una realidad cambiante donde la línea que distingue el bien del mal no siempre es clara. Y si el personaje de Bradley es portador -al menos inicialmente- de una mirada pura e incorrupta sobre la profesión, poco a poco acabamos empatizando mucho más con Alex, que se ha ensuciado las manos con ese mundo durante mucho tiempo, dejándose halagar por su dinámica y convirtiéndose luego necesariamente en su víctima. Cada personaje -principal y secundario- ofrece una mirada inédita al mundo que se esconde tras las bambalinas de un programa de televisión, desvelando su cinismo y su violencia y dejando claro cómo ciertos mecanismos son enrevesados y difíciles de desentrañar. Todo ello está tratado con una rara capacidad de estratificación que hace que la narración sea convincente y muy eficaz desde el punto de vista de la implicación emocional.
El conjunto se completa con una cuidada estética al servicio de la historia. Después de una primera temporada muy exitosa, en su segunda temporada El show de la mañana pierde definitivamente su mordiente. Esto se debe principalmente al hecho de que carece de un corazón narrativo centrado y cohesivo que había calificado la historia hasta ahora. Si de hecho toda la primera temporada, aunque de forma estratificada, gira en torno al tema del acoso sexual en el trabajo y cómo este hecho repercute en personajes muy diferentes, en la segunda temporada no hay ningún elemento unificador. Vive de los restos del escándalo, ampliando indefinidamente el eco de un acontecimiento que ya es pasado y haciéndolo así poco incisivo (y en algunos casos poco creíble) para los espectadores. Es una verdadera lástima porque la calidad y la perspicacia narrativa mostrada en la primera temporada la habían convertido en una de las series de mayor calidad de la plataforma de Apple.
Gaia Montanaro
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