1100 caballos, 750 personas de efectos especiales, 300 técnicos, rodaje en castillos medievales, palacios árabes y grandes valles de batalla con hasta 3.400 extras; dos estrellas internacionales, Jaime Llorente, (Denver de La Casa de Papel), y Elia Galera (la reina Sancha), ambos acompañados por una joven y prometedora actriz española, Alicia Sanz (la infanta Urraca).
Es el siglo XI d.C. en la corte de Fernando, quien, por su matrimonio con Sancha, reina Galicia y León y se enfrenta a los conflictos de algunos nobles leoneses que le consideran un usurpador, incluso de su propia esposa, que se debate entre el amor a su marido y su derecho a gobernar.
En este conflicto también está involucrado el abuelo de Rodrigo Díaz de Vivar, el futuro Cid, quien salvará al rey de un intento de asesinato en el que está involucrado su abuelo.
Estamos ante una familia dividida. Los propios hijos de Fernando, incluso antes de la muerte del rey, se miran con recelo: la hija mayor, Urraca, porque quiere la abolición de la ley sálica, que le impide ser heredera por ser mujer; el hijo varón, Sancho, irascible e inquieto, parece prever la amenaza que puede venir de sus hermanos. En este contexto shakesperiano, el único personaje íntegro parece ser el fiel escudero de Sancho, Rodrigo Díaz. Originario del campo de Castilla, Rodrigo es el hombre de confianza de Sancho y del rey, uno de los pocos que se mantiene al margen de riñas y conflictos del palacio. El Cid, disponible en Amazon Prime, nos permite familiarizarnos, a través de una respetable producción, con un personaje histórico que merece ser conocido y que aún hoy podría darnos una lección.
El Cid -que significa señor, campeador, «hombre de batalla»- es un personaje histórico de la Edad Media española que vivió durante la ocupación de los “moros” (musulmanes del norte de África) en la Península Ibérica. La ocupación no dominó toda la Península, una pequeña porción de tierra en el Norte siguió escapando a su mirada, dando inicio a la famosa «Reconquista» que se identifica con la batalla de Covadonga, la cual tuvo lugar en las laderas de un diminuto santuario mariano enclavado en las montañas asturianas en el año 711. Poco a poco, los reyes cristianos consiguieron arrebatar territorio a los musulmanes. La serie gira en torno a esta larga lucha, donde los reyes cristianos de la Península Ibérica, los señores de Castilla, Aragón, León, Navarra y Galicia estaban en conflicto entre sí. Basta decir que San Fernando, rey de Castilla y León, fue atacado por su propio padre.
El Cid, Rodrigo Díaz, era un caballero digno de su tierra de Castilla: serio, taciturno, despreocupado por las apariencias. Un hombre sencillo, concreto y sobre todo fiel a su rey. Se casó con la mujer que amaba, Jimena, una leonesa, pero por desconfianza el rey Alfonso lo apartó de la corte. Sin embargo, el Cid se mantuvo fiel al rey y, en su nombre, conquistó Valencia. La serie hace justicia a este hombre que fue leal con sus superiores y generoso con sus amigos y soldados, un hombre de corazón y de cabeza. Desafortunadamente, hay algunas exageraciones, como la caracterización excesiva del obispo de León que resulta tan inverosímil como ridícula, y la relación amorosa de Rodrigo con una princesa morena históricamente cuestionable. No está muy presente el espíritu de fe cristiana que impregnaba la vida en la Edad Media, de la que los autores a menudo sólo presentan una visión estereotipada de atraso, mientras que el reino moro de Zaragoza aparece gobernado por un soberano «ilustrado». Al cine le gusta presentar las cortes islámicas como ricas en poesía, cultura y arte, pero este lujo se limitaba al interior de los palacios, ocultos a la vista del pueblo, como la Alhambra de Granada, aparcada por fuera y espléndida por dentro.
Una vez conquistada Valencia, el propio Cid emitió un comunicado a todo el mundo, incluidos los moros, en el que decía: «Me encontraréis en el Alcázar a cualquier hora, porque no me paso el día, como vuestros reyes, en fiestas y bailes». Los reyes posteriores aprendieron de él tres importantes lecciones, la del gobierno fuerte y unificado, la de las conquistas definitivas y la de la forma dura y suave de tratar a los moros. Fue entonces San Fernando, con su fe y determinación, quien logró realizar en menos de treinta años lo que sus predecesores no habían conseguido en siete siglos y esto también gracias a la lección del Cid.
Maximiliano Cattaneo
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