Una miniserie de cuatro capítulos, coproducida por Sky Atlantic y HBO, cuenta la historia de Catalina la Grande, que se convirtió en emperatriz de Rusia en la segunda mitad del siglo XVIII tras destronar (y posiblemente matar) a su marido Pedro III.
La historia se centra en los últimos veinte años de la vida de la emperatriz: aunque su poder está ya bien asentado, sigue luchando para que se acepten sus ideas de la Ilustración y tiene que estar constantemente alerta porque mucha gente piensa que debería sentarse un hombre en el trono. Y el primer candidato es su hijo Paolo, que acaba de cumplir la mayoría de edad, pero al que mantiene alejado tanto de los cargos públicos como de sus afectos.
El encuentro de Catalina con el oficial del ejército Grigory Potëmkin y la larga relación amorosa que se produce se convierte en el eje principal de la historia. Y si esto funciona bien para dar cierta profundidad al personaje de la soberana, desgarrada entre sus sentimientos y la voluntad de defender su posición de poder, también hay que admitir que es un amor muy declarado, pero poco envolvente y, sobre todo, con poca repercusión en la vida de los protagonistas.
En definitiva, lo que podría haberse convertido en una gran historia trágica se limita a ser una tibia miniserie de disfraces, en la que sólo destacan las espléndidas reconstrucciones históricas y una magnífica Helen Mirren, siempre convincente en el papel de soberana, después de haber interpretado a Isabel I y II.
Al no tratarse de un producto generalista, sino lanzada a través de canales de pago, abundan los desnudos y los contenidos sexuales, por lo que no es apto para su visionado en familia.
La vida de Catalina II es tan rica en claves dramatúrgicas que parece haber sido escrita para una serie de televisión: alemana de nacimiento, llegó a Rusia con dieciséis años para casarse con Pedro III, y se convirtió en la más rusa de las soberanas, hasta el punto de ganarse el favor de la corte en el golpe de Estado que obligó a su marido a abdicar (estos hechos, que constituyen el antecedente de Catalina la Grande, se cuentan en clave de comedia negra en The Great, una serie de Hulu que salió casi al mismo tiempo). El absolutismo ilustrado de Catalina, que permaneció en el trono durante 34 años, abrió una época dorada para Rusia, tanto en lo que respecta a la política interior como a la expansión territorial, pero para mantenerse en el poder se vio obligada a responder, incluso con mano dura, a los numerosos intentos de revuelta que pretendían sustituirla por otros pretendientes al trono (masculinos, por supuesto). Consiguió mantenerse en el poder hasta su muerte, pero fue la última mujer que reinó en Rusia.
Aunque los hechos son interesantes, actuales y se prestan a diferentes interpretaciones, uno tiene la sensación de que Catalina la Grande es una serie que lucha por encontrar su propia identidad. Si bien por un lado se intenta retratar a Catalina como una mujer irreverente, poco convencional y sin prejuicios (rodeándola, por ejemplo, de numerosos toy boys), a medida que avanzan los episodios, la obra se convierte en la historia de un único gran amor, el de Potëmkin, continuamente obstaculizado por la disparidad de poder entre ambos y por el hecho de que, al menos en este caso, es la mujer la que está en posición de fuerza y no tiene intención de renunciar a ella. La cuestión de esta difícil relación entre el poder y el amor constituye el núcleo temático de la serie y el fil rouge que une episodios situados a muchos años de distancia.
Lo que se echa en falta en parte, quizá debido a un formato de cuatro partes que la asemeja más a una película biográfica que a una serie de televisión, es un examen en profundidad de las repercusiones de esta relación en la vida pública y privada de Catalina. La política, que se trata de forma muy episódica y sin permitirnos captar un diseño real en los planes de la emperatriz, así como la relación con su hijo Pablo, por el que siente una aversión constante y casi inmotivada, habrían merecido sin duda más espacio.
Lo que queda, por tanto, es una reconstrucción histórica bien hecha, aunque parcial, que abre interesantes interrogantes sobre una época poco conocida en Occidente. Y una reflexión sobre lo que realmente cuenta en la vida de una mujer que lo tenía todo: poder absoluto, amor total y gloria inmortal.
Giulia Cavazza
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