En los últimos meses muchos han visto, en Netflix, la miniserie Unorthodox, que narra la huida de la jovencísima Esty de la comunidad judía ultraortodoxa de Nueva York. A todos ellos, la misma plataforma les sugirió Shtisel, una curiosa serie israelí que fue un éxito rotundo en su país pero que había pasado prácticamente desapercibida en el resto del mundo… tanto que sólo se puede ver en hebreo con subtítulos. Pero los que se desanimen por esto o por el tipo de narración que tiene, muy diferente al que estamos acostumbrados, corren el riesgo de perderse una de las sagas familiares más dulces y profundas que ha ofrecido Netflix.
Una vez más, en el centro de la historia se encuentra una comunidad judía jaredí. Pero mientras que en Unorthodox, ésta era vista como una secta claustrofóbica de la que había que distanciarse para abrirse a la vida, en este caso la perspectiva es desde dentro: la familia Shtisel, cuyas vicisitudes son seguidas a través de sus numerosos miembros, repartidos en cuatro generaciones, forma parte de ese mundo y no podrían imaginarse fuera de él. Lo normal en este ambiente es que un casamentero elija a una esposa o que se limite al máximo el contacto con el mundo exterior, por lo que el público se enfrenta a una realidad que en muchos aspectos le es «ajena», pero en la que la presencia constante de lo divino ofrece la oportunidad de tratar con increíble poeticidad y delicadeza los temas que están en el corazón de toda familia: la relación entre padres e hijos, la necesidad de construir la propia individualidad en constante dialéctica con el mundo del que se procede, la dificultad de encontrar una persona con la que compartir la vida y la dificultad aún mayor de separarse de ella llegado el momento.
En el centro de la historia está la relación entre el rabino Shulem, recientemente viudo, y Akiva, el menor de sus hijos, que lucha por encontrar su propio camino en la vida y, en lugar de aceptar las propuestas de compromiso que su padre le solicita continuamente, se enamora de la madre de uno de sus alumnos, mayor que él y superviviente ya de dos maridos. A su alrededor se despliega una constelación de parientes, y la belleza de esta serie reside en su capacidad para dar la misma dignidad a las aventuras de la bisabuela Malka, que descubre la televisión por primera vez en una residencia de ancianos y con ella las telenovelas americanas, así como a las de su bisnieta Ruchami (la excelente Shira Haas de Unorthodox, aquí poco más que una niña, pero capaz de sostener una de las líneas argumentales más desafiantes): su padre ha abandonado a la familia, y mientras todos intentan encubrir el escándalo con la esperanza de que cambie de opinión y vuelva, ella es la única dispuesta a gritar al mundo que lo que hizo estuvo mal, negándose a esperar su regreso.
Cada personaje es contado a través de unos pocos rasgos esenciales, pero que abren conflictos plausibles y profundamente humanos, aunque muy diferentes de los que estamos acostumbrados a tratar.
Y sorprenden las resoluciones que, en un panorama de series cada vez más ingeniosas y brillantes, sorprenden por su sencillez: se deja espacio para el silencio, para la vergüenza, para los pequeños gestos significativos que toda familia conoce. No hay vías de escape fáciles, porque la profunda tensión entre la necesidad de pertenecer a la familia y/o la comunidad y la necesidad de defender los propios deseos no se impone desde fuera sino que está en la raíz misma de cada personaje. Y cada uno tiene que afrontarlo a su manera. Akiva, irresoluto y soñador, es sin duda el mejor ejemplo de ello: en la primera temporada con su línea sentimental y en la segunda con sus aspectos más profesionales, que lo ven dividido entre su trabajo en la escuela rabínica de la que su padre es director y su afición a la pintura, una forma de expresión tradicionalmente rechazada por el judaísmo jaredí.
Un problema al que ciertamente no es ajeno al menos uno de los creadores de la serie, Yehonatan Indursky, que creció en una familia ultraortodoxa, pero que tras estudiar en una yeshivá (un centro de estudios de la Torá y el Talmud) decidió asistir a una escuela de cine. Probablemente gracias a este inusual punto de vista «interno», capaz de contar el lado humano y cotidiano de una comunidad a menudo presentada con rasgos estereotipados, la serie ha tenido tanto éxito, primero en Israel y, recientemente, en el resto del mundo, hasta el punto de que Netflix ha decidido coproducir y distribuir la tercera temporada cinco años después del estreno de la anterior.
Giulia Cavazza
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